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El beso mortal de Robert Aldrich.

Ficha técnica y sinopsis. Portada del programa de mano.



“…El beso mortal llega al final del periodo y es la obra maestra del cine negro…"
Paul Schrader. Notes on film noir. 1971.

Al margen de que una película pueda, casualmente, aparecer en una época determinada, siempre existen producciones que realmente nacen de los conflictos, la mentalidad, las inquietudes, y las visiones de un periodo. Para aclararnos en lenguaje utilizamos una especie de gentilicio histórico como puede ser “ochentera”, “sesentera” o, el que valdría en este caso; “cincuentera”, referido a la esencia más enigmática, pavorosa y visionaria de la década de “los 50s” y su trascendencia. Este intrigante periodo construido sobre las semillas de la paranoia política, el miedo a la aniquilación atómica, la histeria anti-comunista y la complacencia Eisenhoweriana, son, de forma reiterada, parte de la condición del cine de los cincuenta. Algunos géneros, por supuesto, se volvieron más susceptibles que otros a estas interpretaciones: las películas de ciencia ficción y terror, en particular, llegaron a ser las mas afectadas por este tipo de lecturas, pero el cine negro no se queda atrás y es otro grupo que también se asocia con la mentalidad de “guerra fría” de los años cincuenta. A pesar de que el noir (como se lo conoce en el extranjero) se estableció por primera vez durante los años de la guerra mundial con el lanzamiento de El halcón maltés (The Maltese Falcon, 1941) de John Huston, los críticos siempre se han visto intrigados por las permutaciones y perversiones que la posguerra a reflejado en el género, atribuyéndolas a estructuras cada vez más inestables de la economía estadounidense y su estado tradicional.

Cartelera diversa.

Robert Aldrich, basándose en una obra de ficción pulp-detectivesca del mismo nombre (best-seller, séptimo en su serie de once libros, escrito por Mickey Spillane en (1952), endeuda a El beso mortal (Kiss me deadly, 1955) con clásicos como El Halcón Maltés y el cine negro de manual tan aprovechado en los años 40. Realmente estamos de nuevo ante la búsqueda obsesiva de ese “elemento purificador” a través de un oscuro y expresionista submundo lleno de personajes retorcidos y corrompidos. Este elemento (que de halcón pueda pasar a una caja de Pandora u otras mil formas), que no podemos ni tocar ni alcanzar a ver en ningún momento, termina siendo una excusa que sirve como hilo conductor en el desarrollo de personajes; anti-héroes, mujeres fatales y pandilleros desprovistos de esperanza. Hitchcock definió este tipo de suspense en el que “todos” buscan “algo” como Macguffin:En historias de rufianes es un collar, y en historias de espías siempre son los documentos”, sin mas, un motor de avance para la trama y una idea que después podrían recoger Repo-Man de Alex Cox(1984), Pulp Fiction de Quentin Tarantino (1994) o Ronin de John Frankenheimer (1998) así como muchísimos seriales.

Pero no solo por hacerse en los cincuenta y copiar a otros una película se hace mito. El Beso mortal de producción independiente y bajo presupuesto fue un ejemplo brillante para una ola inmediatamente posterior de críticos y cineastas tan entusiastas como revolucionarios, componentes de la Nouvelle Vague. Descubrieron que la imaginación de Robert Aldrich mientras concebía su obra no tenía límites. Se adelantaba descaradamente a la visión del cine de estudio que imperaba.

Trailer original de El beso mortal.

Se suele utilizar muy superficialmente en cine la palabra tridimensional, pero a la hora de definir el exquisito y bizarro trabajo de realización de El beso mortal el término calza perfectamente. Las escenas y planos poseen una técnica y una composición visual única y original que remueve los cimientos del género. Prueba positiva de que las películas “de género” podrían acomodar la más peculiar y la más personal de las visiones. Llena de planos detalles, desorientadores ángulos de cámara, juegos de sombras, con toda una magnífica inventiva en todas las escenas y siempre con una riqueza de profundidad de campo alcanzada por Aldrich y su director de fotografía, Ernest Laszlo, que nos dejan sin comparación alguna que nos valga de verdadera referencia.



Los prometedores primeros 10 minutos de "El beso mortal" de marcada tendencia "pulp", muy influyente de cineastas contemporáneos como Quentin Tarantino, con una excitante presentación de los títulos de crédito y golpes de violencia prematura en el montaje.



En conclusión, El beso mortal puede que sea la más definitiva, apocalíptica, extrema, y nihilísticamente negra película de “cine-negro-ciencia-ficción-serie-b” de todos los tiempos. Uno de esos clásicos de culto que exigen ser vistos con más razón conforme más tiempo pase de su estreno. Y si es en pantalla grande mucho mejor.

Antonio Cristóbal.

Manos peligrosas de Samuel Fuller.

Ficha técnica y sinopsis. Programa de mano.

“Una película es como un campo de batalla, hay amor, odio, acción, violencia y muerte. En una palabra: emoción”.
Samuel Fuller en la película de Jean-Luc Godard “Pierrot El Loco” (1965).

“La vida es en color, pero resulta más realista en blanco y negro”.
Samuel Fuller en “El estado de las cosas” (1982) de Wim Wenders.

      Samuel Fuller, el director americano del sempiterno puro en la boca. Su experiencia laboral como periodista de sucesos y escritor de noveluchas de bolsillo le sirvió para escribir algunos guiones e infiltrarse en el mundo del celuloide. Patriota hasta la médula marchó a la II GM a enfrentarse a los enemigos de EE.UU. Sus vivencias en las trincheras las consiguió reflejar con éxito en sus películas, a destacar Uno rojo, división de choque (1980). Su carrera estuvo llena de altibajos, según el apoyo que recibiera o no de los estudios, teniendo que manejarse siempre con presupuestos modestos y exprimiendo al máximo cada centavo que le otorgaban. En la serie B tuvo que forjarse un camino y lo consiguió, ya fuera con una atípica película del oeste como Balas Vengadoras (1949), filmes bélicos ambientados en Corea, Casco de acero, A bayoneta calada (las dos de 1951), o un homenaje a los inicios del periodismo en Park Row (1952). Sin olvidarme de El Barón de Arizona (1951) un film de estafadores que se mezcla con el cine histórico y el western.
Nunca le incomodó tratar temas como el de las relaciones interraciales, la locura, la prostitución, la pedofilia, o el racismo… muchas veces escupiendo a los espectadores y productores realidades de una forma de vida que miraba hacia otro lado. Fue esta rebeldía la que lo alejó del conservadurismo que las productoras buscaban.

Cartelería promocional de "Pickup on South Street" en Europa.

Con Manos Peligrosas (1953), su 6ª película, y con el apoyo de un gran estudio (la 20th Century Fox), se adentró por primera vez en el cine noir. Su trabajo de cronista de sucesos le hizo perfecto conocedor del mundillo del hampa y sus escenarios. Él como nadie conocía la naturaleza del hombre y la violencia con la que se aferraba a la supervivencia. También tenía sus ideas de cómo reflejar esa violencia en la pantalla, dura y rápidamente, sin concesiones ni cámaras lentas, mediante una acción súbita y sin preámbulos, como en la vida real.
Además de Manos peligrosas rodó las siguientes películas de cine negro: La casa de bambú (1955), El kimono rojo (1959), Bajos fondos (1961), Una luz en el hampa (1964) y, porqué no decirlo, Corredor sin retorno (1963) que contiene muchas de las características que convierten al cine negro en lo que es (voz en off, mujer fatal, protagonista en busca de la verdad, final fatalista, ambientes opresivos, fotografía con claroscuros…)

Fuller se desenvolvió con frescura en este género, llevándolo a su campo e innovando todo lo que pudo. Para empezar fue de las primeras veces en que los personajes eran todos unos parias, unos seres despreciables que actuaban siempre por interés propio. La tripleta protagonista la forman un carterista de poca monta, Skip McKoy protagonizado por Richard Widmark (en Sudamérica la película se titula “El Rata” en honor a él), una mujer veleta que hace lo que le piden por un poco de dinero, Jean Peters (1) en el papel de la sensual Candy y una confidente/chivata, Moe-Thelma Ritter, a la que mueve el único deseo de tener un lugar digno donde ser enterrada después de morir. Los tres son personajes individualistas, cada uno actúa en su propio beneficio, pero siempre movidos por sentimientos como el amor, la culpa o la venganza. Ni siquiera el agente que trabaja para los comunistas parece hacerlo por un interés ideológico, simplemente es un ratero más que se busca la vida donde puede y que visto en una difícil situación actúa para sobrevivir.

Pese a que Fuller estaba fuera de sospecha en la caza de brujas del macarthismo y que la película trataba a los comunistas como a los malos malísimos, Edgar G. Hoover (director del FBI) no quedó del todo satisfecho. Criticó la moralidad ambigua del protagonista y la no cooperación con los agentes de la ley. Era 1953, en plena Guerra Fría, el cine de propaganda estaba a la orden del día y la más tontorrona de la comedías románticas era examinada bajo lupa en busca de contenidos comunistas subversivos. Aunque la naturaleza egoísta del carterista se conservó, hubo que retocar ciertas frases del guión original por orden de los censores. La más famosa de ellas es cuando un agente de la brigada anticomunista le advierte que de no cooperar sería tan culpable como él que le dio a Stalin la bomba A, a lo que el deslenguado de Skip McKoy contestaba “¡No agite la condenada bandera en mis narices!”. Esta última frase se tuvo que cambiar por la sarcástica de “¿está agitando una bandera?” en versión original, o en su más esclarecedora traducción al castellano “¿ondean una banderita para camelarme? Está claro que nadie podía decir de la bandera que fuese “condenada” y menos que se tratase con tanto desdén a los agentes de la ley. La frase se cambió sin problemas, pero se dejó muestra de los límites por los que Fuller pisaba. Mucho se le critica en la actualidad esa imparcialidad política, ese odio en contra del comunismo, pero el excelente guión no se hubiese visto afectado ni un ápice si en lugar de un microfilm con fórmula matemática dirigida al enemigo rojo hubiera sido sustituido por las joyas de un atraco o el cargamento de droga perteneciente al mafioso de turno.

La grandeza del film es debida a la poderosa dirección de Fuller, cimentada en una acción repentina repleta de violencia, la cámara sigue a los personajes en su deambular por la pantalla acercándose a reflejar sus rostros en primeros planos que hablan sin palabras mediante juegos de miradas o exprimiendo al máximo los gestos y diálogos de los actores. La fabulosa fotografía retrata a los personajes y lugares neoyorkinos de manera sórdida, en especial los muelles, el metro y los apartamentos. Como es costumbre en la filmografía del director, el comienzo de la película nos catapulta a la historia sin frenos y Manos Peligrosas no es la excepción. Baste disfrutar de la primera escena en el metro y la estación (menos de 4 minutos) en la que mediante diversos primeros planos se nos presenta a la pareja principal sin que tengan que abrir la boca, digna del cine mudo.

Jean Peters, Richard Widmark y Thelma Ritter.
Samuel Fuller y su maestro uso del primer plano.


Igual de importante fue la labor de los actores. Fuller nunca tuvo a sus órdenes a intérpretes de primera fila, salvo quizá en esta película con Richard Widmark, aunque reconozcamos que jamás fue un primerísimo cabeza de cartel, y a Barbara Stanwyck en 40 pistolas (1957), pero su trío actoral realiza unas actuaciones eficientes. Sobresale Widmark que ya contaba en sus haberes la participación en grandes películas del cine negro como El beso de la muerte de Henry Hathaway (1947), Pánico en las calles de Elia Kazan o Noche en la ciudad de Jules Dassin (ambas de 1950). La actriz Thelma Ritter con su participación en Manos Peligrosas consiguió su 4ª nominación a los Oscar como actriz de reparto ¡por 4º año consecutivo!. Ella participa en el que tal vez sea el diálogo más significativo del guión:

-“Ni siquiera un funeral lujoso vale la pena si tengo que tratar con basura como usted, y sé lo que usted quiere”.-“¿Qué sabe?”-“Que son comunistas y que buscan un film que no les pertenece.”-“Se está metiendo en la tumba antes de tiempo. ¿Qué más sabe?”-“¿De los comunistas? Nada. Se una cosa: no me gustan.” (en castellano lo tradujeron por “los aborrezco”).

Siempre será recordada por sus papeles en Eva al desnudo de Joseph L. Mankiewicz (1950), La ventana indiscreta de Alfred Hitchcock (1954) o El hombre de Alcatraz de John Frankenheimer (1962) entre otras.


Samuel Fuller en la película de Jean-Luc Godard “Pierrot El Loco" (1965) a la izquierda,
y en “El estado de las cosas” (1982) de Wim Wenders a la derecha.

El director, junto a Nicholas Ray, Robert Aldrich y otros fue encumbrado a los altares por los cineastas europeos, sobretodo franceses que empezaban con la Nouvelle Vague y a los que atraía la idea del “autor absoluto”, el “Written, directed and produced by Samuel Fuller” que encabezaba la mayoría de sus películas hacía las delicias de los Godard, Chabrol, Jean-Pierre Melville (rey absoluto del cine negro francés o simplemente “polar francés”) o Truffaut. Al final de su carrera y ya en pleno declive tuvo que emigrar a Europa para rodar sus dos últimas películas, así como participar como actor en los rodajes de sus autoproclamados discípulos. El alemán Wim Wenders lo utilizó en tres películas, destacando la proyectada por la filmoteca en su ciclo “Nuevo Cine Alemán” con El amigo americano (1977) y El estado de las cosas (1982) en la que interpretaba a un director de fotografía en un rodaje abandonado a la deriva por el productor. También los hermanos finlandeses Kaurismäki, Mika y Aki, se sirvieron de él. Mika incluso rodó un documental llamado Tigrero: la película que no se llegó a hacer (1997) en el que Fuller, junto al director Jim Jarmush, es el gran protagonista. Por otro lado la joven generación de cineastas americanos de los 70 encabezados por los Scorsese (2), Coppola, Lucas, Spielberg y demás, creándose una base de influencias no dudaban en recuperar para el gran público a directores maltratados u olvidados. No es la primera vez que los citamos cuando hemos hablado en la Filmoteca de Akira Kurosawa, Michael Powell y como no Samuel Fuller.


Primera secuencia de Manos Peligrosas con la presentación de Richard Widmark y su peculiar estilo como carterista en el metro. Mantener el eje de mirada es primordial para ser un buen carterista...


La crítica de su tiempo lo llamó bárbaro, por donde se mire, sus películas eran batallas campales, sin presupuesto ni tiempo para desarrollarlas y finalizarlas como hubiese querido, pero su experiencia de periodista callejero, con el olfato atento a la verdad incómoda y al escándalo, rara vez le hicieron errar el tiro. Su voz iba dirigida a aquellos que quisieran escuchar, aunque ello les supusiera revolverse intranquilos en sus asientos.

J.M.T.

(1) Jean Peters es la más desconocida de los 3. Pese a que hizo varios trabajos en Hollywood en papeles casi siempre de chica explosiva y sensual su carrera terminó cuando se casó nada más y nada menos que con Howard Hughes. Tras 14 años casada con el personaje de El Aviador, se divorció y volvió a la interpretación, pero en este caso trabajando para la televisión. Este es el motivo por el cual no se la conozca como es debido.

(2) En El rey de la comedia (1983), Martin Scorsese rinde tributo a Manos Peligrosas en una de las escenas en la que Jerry Lewis está viendo la televisión, en ella se ven unos fragmentos de la primera escena en el vagón del metro y un poco más tarde se ve cuando Candy llama por teléfono al darse cuenta de que le han robado.


Bonus.
Viñetas.
Si todavía no sabes lo que es la proctología, para cuando quieras averiguarlo ya será demasiado tarde.

Los amantes de la noche de Nicholas Ray

Ficha técnica y sinopsis. Portada del programa de mano.

El más secreto, el más grande; sin duda alguna, el más espontáneamente poeta”
Jacques Rivette

“El cine es Nicholas Ray”
Jean Luc Godard


La profunda admiración por parte de los jóvenes críticos europeos apasionados por el nuevo cine americano, como los jóvenes pre-autores franceses de la nouvelle vague, defensores de la independencia de los estudios, le valieron a Nicholas Ray su merecido nombre entre los primeros directores de culto del cine moderno. Sin embargo, ser un director de culto también viene acompañado por connotaciones de rechazo y olvido por gran parte de la crítica y público de su tiempo. Muchos de estos directores de la “generación perdida” del cine americano fueron negados, rechazados y culpables de remover los intocables cimientos de la industria cinematográfica norteamericana con su rebeldía ante los oportunistas estudios desde comienzos de los 40 hasta finales de los 60, ya en su declive.

Nicholas Ray fue un cineasta atípico en su tiempo, como muchos otros grandes genios, adelantado y aventurado en un momento de transición hacia la modernidad del cine americano. Apodado Nick, el maldito, por su continua inestabilidad profesional, y personal, fue uno de los atormentados de Hollywood cuya vida cinematográfica se resentía por momentos, como si de una maldición se tratara, y se cruzaba inexorablemente con una vida personal cargada de fatalismo. Conocido por sus adicciones al alcohol y al juego, el cineasta de origen alemán y noruego, vio como sus lazos con el mundo real se vertían en su carrera profesional sin remisión. Su matrimonio con la actriz Gloria Grahame, que más tarde se casaría con su hijo Tim, o el fatal accidente de James Dean, su espejo icónico en la gran pantalla, marcarían una carrera posterior marcada por su tormento personal.

Estudiante de arquitectura en su juventud, se inicio en el grupo de “teatro de la improvisación” de la mano de Elia Kazan, quien mas tarde lo inicia en el cine como asistente de dirección de su primera película en Hollywood, Lazos Humanos, en 1945. A través de Kazan, y de sus particulares métodos de enseñanza, un siempre impetuoso y apasionado Nicholas Ray, saca el mayor provecho como alumno aventajado de las rompedoras técnicas del moderno teatro americano de los años 40, y sólo dos años después de colaborar en la primera película de Kazan, tan sólo dos años mayor que él, comienza el rodaje de su primer largometraje como director en 1947 con Los amantes de la noche.
Nacido en 1911, poco es conocido de los primeros 30 años de la vida de Nicholas Ray, más allá de su difícil infancia, con 3 hermanos mayores, dos hermanastras, un padre alcohólico y una madre dedicada al mundo del espectáculo, en plena depresión. Tal vez, sea esta la parte esencial de su vida para poder contemplar al cineasta en su totalidad, tan marcada por la esencia de juventud, el miedo a su pérdida, la dependencia emocional y la nostalgia de felicidad. Sin embargo, es fácilmente deducible en la mayoría de su filmografía, sobre todo en sus primeras obras, donde ese alarde autobiográfico es más que evidente.


Bowie (Farley Granger) y Keechie (Cathy O'Donnell) viven de noche... presos de un entorno social que los aparta negándoles continuamente su ingenua imitación de la vida y su intimidad. La composición de Nicholas Ray es rica en matices líricos.



Desde Los amantes de la noche, film en el que comenzó a trabajar en 1947, hasta finales de los años 50, Nicholas Ray completó el grueso de sus joyas en el séptimo arte. Es por ello, uno de los cineastas más relevantes de la década de los 50, marcada por una abierta tendencia de modernidad en la cinematografía, tanto americana como europea. Obras maestras como En un lugar solitario (1950), Johnny Guitar (1954) o la archiconocida Rebelde sin causa (1955), destacan por su impulsividad y lírica narrativa, su particular técnica autodidacta y el estudio psicológico de sus protagonistas. Sus personajes son vulnerables, marcados por la fatalidad del destino e incomprendidos del sistema que les rodea. Con un cine disfrazado genéricamente de Noir, Western e incluso peplum histórico, Nicholas Ray consiguió despertar el estilo de autor desenfrenado y sin límites retóricos de los jóvenes cineastas de todo el mundo desde entonces hasta hoy día.
Es por ello, que entre su filmografía hemos elegido su primera obra, Los amantes de la noche, estrenada en 1949, como ejemplo mas impulsivo, mas relevante de ese estilo tan personal que Ray mostrará a lo largo de su posterior filmografía.

Los amantes de la noche, comienza con algo tan inusual para el momento, como un prólogo donde los jóvenes protagonistas Bowie (Farley Granger) y Keechie (Cathy O’Donnell), son presentados líricamente ante los espectadores en un romántico primer plano de ambos junto a una frase de presentación, “Este chico y esta chica, nunca fueron presentados adecuadamente al mundo en que vivimos. Para contar su historia... Viven de noche.” Con esta frase y esta presentación, Nicholas Ray se presenta a si mismo en su primera película como representante de la juventud perdida, desorientada y solitaria. Este prólogo es un aviso de que lo que se va a ver en pantalla no es exactamente una película de cine negro, sino más bien una película romántica disfrazada de género noir. Mas tarde, veremos como la narración va progresivamente enmarcando a la pareja protagonista y su particular imitación de la vida de la sociedad que les rodea, en detrimento de la acción y de la persecución policiaca. Bowie y Keechie, son dos jóvenes desorientados, con una infancia muy común con padres alcohólicos y una madre que huyó de su miseria. Al salir de la prisión tras 7 años condenado injustamente por homicidio involuntario, llega junto a sus compañeros fugitivos al refugio de estos. Allí conoce a Keechie, hija del hermano de uno de ellos, y sus vidas se unen compulsivamente como dos clavos ardiendo. Ambos reconocen en el otro los mismos vacíos emocionales y su obsesión por una vida normal, lejos de la delincuencia y la miseria. Sin embargo, el destino y la fatalidad tan comunes en las historias de pasión fugitiva, son reconocibles en muchos detalles de la historia como la reiteración del tiempo y los relojes, las constantes interrupciones de la intimidad de la pareja. Nicholas Ray también enfatiza el destino en los personajes secundarios como Chickamaw, líder de la familia de fugitivos delincuentes, o Mattie, personaje oscuro y fatalista, mujer de uno de los miembros del grupo todavía encarcelado. Estos dos personajes funcionan como la partición opuesta de la pareja protagonista. Nicholas Ray, renuncia a una narración más populista en el género noir, a favor de los momentos más costumbristas y románticos.

De esta forma, y ya en su primer film, Nicholas Ray deja constancia de su estilo moderno y ligero, con una narración a golpes de secuencia, con verdaderos momentos poéticos en forma de elipsis, y una sutil ironía en los personajes más secundarios, como en una de mis secuencias preferidas, la de la Boda Express, algo muy atípico en el cine de los años 40.

Esta película fue producida por John Houseman, conocido por producir entre otros a Orson Welles. Tanto Welles como Ray comenzaron su carrera cinematográfica con un ímpetu rompedor, muy parecido, tan innovador como rechazado por el anquilosado clasicismo de la industria americana. Sin embargo Ray, con Los amantes de la noche, no tuvo la suerte de contar con gran presupuesto en la RKO como Welles y, por lo tanto, es prácticamente un film de serie B. El mérito de Ray se esconde pues, tras su lirismo visual, su talento para enfatizar los detalles narrativos menos usuales, la puesta en acción, y su perfil psicológico sobre los personajes.

Técnicamente, Los amantes de la noche contiene tantas virtudes e innovaciones como narrativamente dentro de su bajo coste. El uso que Nicholas Ray hizo de la cámara y la iluminación influyó más directamente a las posteriores generaciones, sobre todo a la nouvelle vague. En esta película se incluyen los primeros planos aéreos tomados desde un helicóptero, según Ray, para enfatizar el ojo del destino que se cierne sobre los protagonistas. También el cuidado uso de los primeros planos, y de la iluminación con claroscuros para describir el estado anímico de los personajes, con un estilo muy personal y poético.
Cabe destacar que Los amantes de la noche, cuyo título original es They live by night (Ellos viven de noche), inicialmente tuvo dos títulos muy diferentes; Thieves like us (Ladrones como nosotros), en referencia directa a la novela en la que se basa la película, y Your Red Wagon (Tu vagón rojo), tema musical que se puede escuchar a mitad de la película. Ambos títulos hacen referencia al momento histórico en el que sucede la historia, la depresión americana. Por una parte, Thieves like us, es una afirmación que se repite constantemente en la película haciendo alusión a los daños colaterales del capitalismo y a la decadencia en la que se mueven económicamente todos los personajes, agraviados por la depresión y lanzados a una moral egoísta, tan miserable como la de los propios delincuentes.

El verdadero leitmotiv escondido en Los amantes de la noche es, por lo tanto, la desesperada huida de esa miseria, económica y social. Ambos, Bowie y Keechie, viven en un espejismo del que creen poder huir, con su imitación de la vida social que les rodea. Irónicamente, el dinero, protagonista absoluto en muchas de las secuencias, no tiene ningún valor real para la pareja, al no poder hacer uso en los momentos cumbres de la historia. Ni el dinero le sirve a Bowie para conseguir un buen abogado, ni a la pareja para huir del país. Paradójicamente, también, el personaje de Bowie es relanzado por la prensa como Bowie the Kid, un violento delicuente líder del grupo; un personaje tan alejado del Bowie real, como el propio Bowie de la sociedad que lo rechaza.


“Este chico y esta chica, nunca fueron presentados adecuadamente al mundo en que vivimos. Para contar su historia... Viven de noche.”
Con este magnífico prólogo de presentación seguido de los títulos de crédito y una innovadora secuencia de seguimiento aéreo en helicóptero, debutó como director uno de los cineastas más impulsivos y modernos de la Historia del Cine, el rebelde Nicholas Ray.


Los amantes de la noche, cuyo título en castellano hace honor a la verdadera historia narrada tras el género negro, es comúnmente hermanada a una serie de clásicos como Sólo se vive una vez (1937) de Fritz Lang, Bonnie & Clyde (1967) del recientemente desaparecido Arthur Penn, Pierrot le fou (1965) del propio Godard, o Malas Tierras (1973) de Terrence Malick. Sin embargo, tal vez, el mayor mérito de Nicholas Ray con Los amantes de la noche en particular, y de su filmografía en general, sea el de conseguir el consenso de muchas generaciones a través de su visión de los jóvenes y de su rebeldía. Su cine siempre mantiene la esencia fundamental del arte cinematográfico, la atemporalidad, el retrato eterno, joven y apasionado de un artista cuyo reflejo en la gran pantalla queda marcado en la Historia del Cine como un relámpago sobre el agua.

La Filmoteca de Sant Joan abre con este gran cineasta, su primer ciclo temático de la IV temporada, dedicado a los Rebeldes del cine negro americano, a esos cineastas del cine negro americano que compartieron generación y virtudes en la década de los 50.

Sin duda, el cine es Nicholas Ray.


Javier Ballesteros
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