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La calle de la vergüenza de Kenji Mizoguchi


Ficha técnica y sinopsis. Portada del programa de mano.

«Con la muerte de Mizoguchi, el cine japonés ha perdido a su creador más verdadero.»
Akira Kurosawa.



En 1956 el mundo ya tenía sobradas noticias del cine que se realizaba en Japón. Un cine que se proyectaba con éxito en los festivales de cine internacionales, entre los que se le debe conceder un especial mérito al Festival de Venecia, ya que fue el máximo valedor del cine oriental en general. Ya en 1950, Akira Kurosawa deslumbraba al mundo con Rashomon siendo el estandarte que seguiría el resto de directores japoneses, entre ellos Kenji Mizoguchi, quien con Vida de Oharu, mujer galante (Saikaku ichidai onna, 1952), Cuentos de la luna pálida de agosto (Ugetsu monogatari, 1953) y El Intendente Sansho (Sansho Dayu, 1954), consideradas estas últimas como obras maestras del cine mundial, sería galardonado como se merecía.

Terminada la Segunda Guerra Mundial, Japón quedó ocupado por las fuerzas aliadas hasta abril de 1952. Durante ese periodo la cultura japonesa fue poco a poco tomando costumbres de occidente. Para evitar los casos de violaciones por parte de los soldados de la ocupación, el gobierno instauró algo que venía practicando desde sus conflictos previos a la Segunda Guerra Mundial, los prostíbulos o las llamadas, eufemísticamente, casas de mujeres de confort. En Japón, la prostitución siempre ha sido un tema tratado con una amplitud de miras que en occidente nos asombra por su sordidez. La delgada línea que la legislación del país ha tenido con respecto a este tema ha permitido que la figura de la prostituta, los barrios rojos y el intercambio de sexo por dinero sean habituales, y a la vez controvertidos, en una sociedad tan aparentemente hermética como la japonesa.

Durante esta época Kenji Mizoguchi dirigió sus más laureados trabajos, refinando una técnica de dirección envidiable y afianzando los temas que de manera recurrente salpican toda su obra. Entre ellos abundan los melodramas feudales, los dedicados al mundo del teatro y, sobresaliendo por encima de todos, el de la prostitución femenina y el retrato de la mujer visto desde una perspectiva que podríamos decir feminista, siempre en defensa de su libertad e identidad.



Kenji Mizoguchi, en 1956, rodeado de sus actrices en el rodaje de La calle de la vergüenza.


Esta fascinación por lo femenino y por el amor hacia las mujeres le pudo venir desde pequeño, siendo el hijo de un carpintero que maltrataba a su venerada madre. Cuando la hermana mayor de Mizoguchi tenía 14 años su padre la vendió a una casa de geishas para poder hacer frente a las deudas. Al mundo del cine llegó tras un largo periplo de trabajos, desde diseñador de kimonos, dibujante publicitario y actor oyama. Estos últimos eran actores que representaban a las mujeres en las películas y obras teatrales, ya que hasta poco tiempo después las mujeres tenían prohibido trabajar en el gremio de la actuación. Este periodo también le ayudó a asimilar mucho de la psicología femenina, al tener que tomar su papel en multitud de obras. Trabajó en el cine mudo de actor y guionista, pasando más tarde a la dirección.

La calle de la vergüenza (Akasen chitai, 1956) es el punto final de su legado, su último trabajo, en el que podemos encontrar un resumen de sus temáticas habituales y en el que nos invita a reflexionar sobre un tema candente en la sociedad japonesa de la época: la ilegalización de la prostitución por parte de las autoridades niponas. El tema de la prostitución es recurrente en Mizoguchi y puede verse reflejado en varias de sus obras como La mujer crucificada (Uwasa no onna, 1954), Los músicos de Gion (Gion bayashi, 1953), Mujeres de la noche (Yoru no onnatachi, 1948) o Las hermanas de Gion (Gion no shimai ,1936). Mizoguchi se posiciona claramente a favor de la mujer y de sus decisiones, aunque éstas le reporten una vida desgraciada. Cabe decir que, pese a esta última afirmación, el bueno de Kenji era un entusiasta usuario de los servicios de geishas y prostitutas, por lo que conocía a la perfección el ambiente y a las personas que retrataba en sus películas. En La calle de la vergüenza todas las prostitutas lo son de manera voluntaria, pero siempre empujadas por un motivo que las obliga a ello, familiar o socialmente, siendo sentimientos puros los que las mueven, esencialmente el amor, pero también el dinero. De nuevo, aparece el dinero como componente esencial de un negocio que comercia con carne y que al parecer es esencial para la comodidad existencial. El alegóricamente llamado “País de los Sueños” es el lupanar en el que Mizoguchi sitúa la acción, en un barrio en el que el motor de la economía es la prostitución y que vive gracias a la actividad que se desarrolla en los locales de alterne: vendedores de telas para quimonos, tintorerías de futones, droguerías con productos de maquillaje y un sinfín de locales de ocio. Tras sus biombos juguetean los varones políticos, comerciantes y hasta policiales.

En este ambiente viven las cinco protagonistas de la película. Cada una con una historia sobre sus espaldas. Todas ellas son mujeres orgullosas y trabajadoras que se enorgullecen de ser dignas y de no hacerle daño a nadie. En su mayoría significan, además, el sustento familiar, sacrificándose por la prosperidad de sus hombres en una sociedad eminentemente machista. Para colmo, el proxeneta del local alardea de hacer una labor social, ya que de lo contrario las chicas se quedarían abandonadas en la miseria. Todas ejercen la prostitución por un motivo. Yasumi es la guapa, es ambiciosa y quiere pagar la fianza de su padre. Yasumi se convierte en la prestamista del burdel con lo que consigue perfilarse como una buena negociante en el futuro, pese a que eso pueda ponerla en peligro. Hanae tiene a su marido enfermo de tuberculosis; éste se ocupa de su hijo y gracias al sacrificio de ella luchan por escapar del suicidio. Yumeko es la veterana, una viuda que está a punto de jubilarse e irse a vivir con su único hijo, al que ha cuidado enviándole dinero y el cual la repudia. Yorie es la prostituta de mediana edad, una pueblerina que llegó a la ciudad en busca de mejor fortuna; su ilusión es volver al pueblo y poder casarse. Finalmente Mickey (en honor al ratón de Disney) es la nueva incorporación del burdel; fogosa, impetuosa, caprichosa y la más occidentalizada de todas. Mickey se escapa de su padre al enterarse de que es un putero. Entre todas ellas surge la solidaridad. Desde cinco puntos de vista diferentes se nos abordan diferentes cuestiones: ¿Tienen derecho las chicas de “El País de los Sueños” a pelear por su sueño? ¿Qué pasará con ellas si se prohibiese la prostitución? ¿Tiene razón el proxeneta? De todas estas preguntas es partícipe el espectador, ya que el film funciona perfectamente como acicate para la polémica más actual. Y no estamos hablando de trata de blancas ni chicas que provienen de otros países engañadas, a las que se les promete un trabajo y quedan esclavizadas en manos de las mafias. Esos tipos delictivos son recriminables al cien por cien, pero ¿puede haber vocación en la profesión más vieja del mundo? ¿Es lícito que una mujer recurra a la venta de su cuerpo cómo medio de sustento?



De izquierda a derecha, las 5 protagonistas de La calle de la vergüenza:
Yumeko, Hanae, Mickey, Yarumi y Yorie.


En esta película Kenji Mizoguchi ha depurado su estilo, y los otrora magistrales y ampulosos movimientos de cámara han quedado reducidos aquí en planos secuencia de lo más rigurosos, siempre aprovechando los ires y venires de los personajes por el plano, ya sea de un lado a otro o en profundidad. Todavía se conservan, como seña de identidad, los travelling de acompañamiento y el gusto por los planos generales. Mizoguchi afirmó que odiaba el primer plano y en La calle de la vergüenza hace gala de ello, costando trabajo encontrarse con uno. Ahora bien, en el par de veces que son utilizados la aproximación al rostro de los personajes es antológica; y me refiero, sobre todo, al último plano de la película, repleto de un significado que deja entrever una certeza aplastante: el círculo vicioso continuará existiendo mientras haya quién pague por él, aunque hablemos de una menor en la flor de la vida. Mizoguchi siempre mostró una opinión ambigua con respecto a este tema y es con el visionado de sus películas con el que tenemos que sacar conclusiones, ya que simplemente nos muestra una realidad sin visos de una participación moral.


Los escasos planos de aproximación al rostro de los personajes en La calle de la vergüenza son antológicos.


Esta ambigüedad moral dura hasta nuestros días, a pesar de que la prostitución es ilegal en Japón desde 1956, justo el año de estreno de La calle de la vergüenza. La laxitud de dicha ley deja muchísimos recovecos por los que escabullirse. Baste un ejemplo: en Japón la prostitución hace referencia únicamente al coito, quedando libres de penas cualquier otro tipo de sexo. Son multitud las cafeterías, salas de masajes, casas de citas o restaurantes que esconden una actividad más íntima de lo que se sugiere en la fachada. Además, la sociedad japonesa tiene muy asimilada la industria del sexo, siendo una potencia en cuanto a pornografía y a juguetes eróticos. Por otra parte, el mismo estilo de vida japonés, dedicado al trabajo masculino, relega en muchos aspectos las relaciones matrimoniales, siendo las extramatrimoniales, y previo pago, consideradas como una mera gestión de servicios. Curiosa es la nueva manera de prostitución entre las jóvenes japonesas, llamada enko kosai (prostitutas colegialas), quienes venden sus servicios solamente para acceder a bienes de consumo de elevado precio, ya sea ropa de marca o artilugios tecnológicos de última generación. El director iraní Abbas Kiarostami le dedicó en 2012 una película a esta nueva manera de prostitución en la coproducción franco-japonesa Like someone in love (Raiku samuwan in rabu) no siendo la única que expone el tema con chicas de joven edad. La francesa Joven y bonita (Jeune et jolie, 2013) de Fraçois Ozon consiste en una actualización, más o menos, de Bella de día (Belle de jour, 1967) de Luis Buñuel, que aprovecha la liberación sexual de la mujer y la ninfomanía como canales narrativos. Aparte de Mizoguchi, la filmografía nipona cuenta además con una tradición sobre el subgénero dramático de la prostitución, destacando obras como Cuando una mujer sube la escalera (Onna ga kaidan wo agaru toki, 1960) de Mikio Naruse, otro experto en naturalezas femeninas, o Zegen, el señor de los burdeles (Zengen, 1987) de Shôie Imamura. En la Filmoteca de Sant Joan d'Alacant ya nos aproximamos al tema, en 2010, con la proyección El matrimonio de María Braun (Die Ehe der Maria Braun, 1978) del analista de relaciones poco convencionales Rainer Werner Fassbinder. En su obra podemos encontrar prostitutas, relaciones interraciales, homosexuales, transexuales, esclavistas y otras por el estilo.


Cartelería internacional de La calle de la vergüenza.


Lamentablemente, el tema de la legalización de la prostitución no ha evitado abusos en los países en los que se han conseguido derechos para ellas, existiendo siempre una “prostitución B”, menos segura y más económica. Mientras el consumo permanezca, la oferta seguirá gozando de buena salud y el cine continuará mostrándonos historias sobre mujeres con necesidades y sueños que se ven abocadas a trabajar de esta manera para llevar una vida digna. Este ciclo está dedicado a ellas, a las que padecen y a las que sueñan.


JMT



Vídeo introductorio a La calle de la vergüenza
por JMT.