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Las noches de Cabiria de Federico Fellini


Ficha técnica y sinopsis. Portada del programa de mano.

«Se dice que la esclavitud ha desaparecido de la civilización europea, y es un error. Existe todavía ...y se llama prostitución.»

Victor Hugo.


Cabiria es una prostituta extremadamente pobre, que vive en una casita pequeña en el medio de la nada. Tiene que hacer frente constantemente a hombres que no aprecian lo que es y sólo buscan aprovecharse de ella. Al acostumbrarse, lo que hace es, simplemente, continuar con su vida a pesar de los desprecios, anhelando un cambio; una manera de salir de la prostitución.

Federico Fellini y Giulietta Masina, marido y mujer, tándem italiano artífice de La Strada (1954), se reunió de nuevo para estrenar tres años después Las noches de Cabiria (Le notti di Cabiria, 1957), una película que recrea con imágenes tremendamente nostálgicas y melancólicas la vida de una prostituta romana, personaje que ya hizo una breve aparición en la película El jeque blanco (Lo sceicco bianco, 1952), obra también del mismo director.

Fue la personalidad de Masina la que inspiró al director italiano, pero nadie, en este caso, estaba dispuesto a financiar una producción que contara con prostitutas como protagonistas (por no decir heroínas). Incluso productores como Goffredo Lombardo se mostraron consternados públicamente, trasladando su indignación a Fellini, por recurrir éste, una vez más, a un tema tabú como base de sus propuestas. Fellini no se escondió y le respondió airadamente, no sin poca ironía: "Mi próxima película será sobre los productores". Finalmente, Dino De Laurentiis estuvo de acuerdo en poner el dinero necesario para la película.

La gran Giulietta Masina interpreta a una joven que resulta irónica, un tanto pasiva, conmovedora, y que se toma las cosas tal como vienen, con total naturalidad. Además de ser una excelente actriz dramática, también demostró de lo que era capaz haciendo un papel con aires de mimo tragicómico, en la tradición de Chaplin, Keaton y Toto. La pequeña vagabunda a la que interpreta, llamada Cabiria, es un personaje de sentimientos muy profundos, que no se sorprende por los reveses que le da el destino y se mantiene eternamente esperanzada.



A Cabiria (Giulietta Masina) la vida le debe una oportunidad, pero no por ello dejará de ser feliz.


El objetivo claro de la realización es exprimir la vida, en este caso la de Cabiria, hasta mostrar la dureza con la que, mediante las circunstancias, puede arrojarnos directamente a la tragedia. Así, las imágenes, están llenas de pequeños detalles que iluminan el patetismo de las ironías de la existencia. Y es que el carácter positivo de Cabiria es tan noble y maravilloso que siempre se ofrecerá a sí misma la oferta más baja, y deambulará escuchando verdades en las mentiras.

Aunque sea una prostituta, su instinto es la búsqueda de la felicidad, como cualquiera que no haya tenido nunca la oportunidad de que una mano bondadosa acuda a su rescate. Ella quiere cambiar, pero se encasilla constantemente en una vida de perdedora y, a pesar de ello, siempre busca un poco de felicidad, aunque sea en el espacio más cloacal que podamos imaginar. Será una víctima, pero también es un ejemplo de supervivencia; por eso la película no alcanza una resolución o conclusión definitiva que suponga un cambio para ella. La mejor manera de tomarle el pulso a la historia es lo que hace Fellini: mantener la constancia de una lucha hasta el final de la película, o incluso más allá.

Fellini basaba algunos de sus personajes en personas reales que iba conociendo. En el caso de Cabiria se basó en una prostituta que había conocido durante el rodaje de Almas sin conciencia (Il Bidone, 1955). Se la encontró en una pequeña choza, cerca de las ruinas del acueducto romano, donde el director italiano pudo ofrecerle algo de comida. Pero si hablamos de autenticidad en la historia, ésta la puso Pier Paolo Pasolini, más conocido por su familiaridad con el submundo criminal de Roma, quien trabajó de dialoguista en Las noches de Cabiria. Para el vestuario de Giulietta, Fellini fue a un mercadillo para hacerse con prendas poco atractivas que vestirían a su musa de aquella manera.



Cartelería internacional de Las noches de Cabiria.


Al igual que Las noches de Cabiria, películas como La Strada, y algunas otras del período neorrealista de la posguerra, se dirigen más a desarrollar un tema que una trama. El interés de las obras de esta época es más el de profundizar en el pathos humano de los protagonistas y en las implicaciones subyacentes de sus patrones de vida. Y es que, como ya señalaron críticos de cine como Roger Ebert, las raíces de Fellini como director de cine se encuentran en el neorrealismo italiano —trabajó para Rossellini en Roma, ciudad abierta (Roma, città aperta, 1945)— y sus primeras películas recogen un polvo que se va transformando gradualmente en la deslumbrante imaginería posterior. Las noches de Cabiria es, por tanto, un estreno de transición; un apunte hacia la libertad visual de La Dolce Vita (1960) que permanece en la realidad de la posguerra romana.

Fellini era un poeta de la imagen y de las palabras, pero también de la música. Nunca registraba el diálogo en el momento en que se filmaba, doblando las palabras más tarde. En los sets y durante casi todas las escenas la música jugaba un papel importante, ejerciendo cierta influencia en la forma en que los personajes actúan. Incluso los extras más alejados del primer plano parece que sigan el mismo ritmo.

A los efectos de otorgarle a Fellini la alta nota que se merece, no debemos olvidar las composiciones de su adorado colaborador, Nino Rota, sobre las que también se apoya Las noches de Cabiria. La relación entre ambos es un aliciente más, que recuerda también lo mucho que hay de Chaplin en el mundo de Fellini. Masina basa su Cabiria deliberadamente en el pequeño vagabundo que era Charlot, y mientras que el personaje de Chaplin habitaba un mundo de villanos y finales felices, Cabiria sobrevive en el mercado romano de la prostitución.

Las piezas de toque personal son fácilmente identificables, y Las noches de Cabiria no es una excepción. Aunque con su siguiente película, La dolce vita, se produce el despegue definitivo hacia la marca "Felliniesca", el aperitivo estaba servido tres años antes. De una manera u otra, muchas escenas de La Dolce Vita serían un déjà vu, en este caso a través de los ojos de un columnista de chismorreos (Marcello Mastroianni). En ambas películas espiamos por la mirilla de una puerta un escarceo amoroso. Ambas tienen escenas con danzas exóticas y bailarines étnicos. Ambas tienen una aparición más o menos artificial de la Virgen. Ambas tienen una secuencia musical ambientada en un nightclub. Y ambas tienen, como casi todas las películas de Fellini, damas exuberantes y a la vez descuidadas, casas de piedra junto al mar, procesiones o andamios superpuestos en el horizonte. Deben ser pinceladas personales que siempre asaltan su imaginación.

La visión, mezcla de humanismo romántico y decadencia nihilista, impregna las calles y la periferia de la capital italiana. Pero su apreciación no sólo quedó allí; se traspasaron fronteras y tuvo la respuesta internacional que se merecía. Las noches de cabiria logró reconocimientos como el premio a la mejor actriz en el festival Cannes o el Oscar a la mejor película extranjera, segundo éxito consecutivo en Hollywood después de ganarlo también con La Strada. Posteriormente levantó sendas estatuillas por Fellini 8½ en 1963 y por Amarcord en 1974, lo cual nos deja una clasificación por la que Las noches de Cabiria bien valdría un mayor protagonismo en la filmografía del director italiano.



El contraste entre lo romántico y lo decadente impregna las noches romanas en Las noches de Cabiria.


Alineadas en éxito junto a Giulietta Masina podríamos mencionar también a Greta Garbo, Bette Davis, Anna Magnani o Julia Roberts, ya que todas ellas jugaron a ser prostitutas frente a la cámara, generando una extraña fascinación sobre los cineastas que las dirigian, lo que multiplicaba el interés artístico de las obras finales, haciéndolas poseedoras de un cierto aire contra-cultural, que ha servido para mantener frescas y vigentes a todas aquellas historias, incluso con el paso de los años.

Y es que la llamada "profesión más antigua del mundo" es también uno de los temas más prototípicos de la historia del séptimo arte. Y en el presente ciclo de la Filmoteca, "La Prostitucion en el Cine", comprobamos como las latitudes o las diferentes épocas nunca fueron un impedimento a la hora de mostrar la controversia de este tipo de relaciones, generando continuos debates entre la audiencia. Algunos directores han visto la prostitución como una oportunidad para estudiar el tema de forma oscura y sórdida, mientras que otros pretenden extraer un entretenimiento más cómico de la situación. Ambos enfoques han producido películas interesantes que vale la pena ver.

Las noches de Cabiria, en definitiva, es el mejor inicio posible para un ciclo que condensa todos los reversos de la vida en la calle, de vidas abandonadas a la incertidumbre más solitaria que desembocan siempre en el sometimiento de unos para hacer posible el libertinaje de otros.


Toni Cristóbal



Vídeo introductorio a Las noches de Cabiria
por Toni Cristóbal.