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Las vacaciones del señor Hulot de Jacques Tati


Ficha técnica y sinopsis. Portada del programa de mano.

«Quiero que los niños se diviertan en el cine como yo en el circo cuando era pequeño […] Se debe crear un clima verdaderamente festivo.»

Jacques Tati, 1961.


El 27 de febrero de 1953 se estrenaba en París Las vacaciones del señor Hulot (Les vacances de M. Hulot), filme con el que Jacques Tati —director, guionista y actor del mismo— iniciaba la transición entre el clasicismo y la vanguardia en el género de la comedia.

Esta evolución queda encarnada en el susodicho señor Hulot, personaje concebido e interpretado por el propio Tati, en torno al que desarrollaría una saga que ocupó la mayor parte de su exigua filmografía, protagonizando Mi tío (Mon oncle, 1958), Playtime (1967) y Tráfico (Trafic, 1971). Su figura parece construida en la tradición de los iconos de la comedia silente. Al igual que Chaplin, Keaton y Lloyd, Tati proporcionó a su personaje de cabecera una imagen y unas características emocionales identificables. Hulot es alto, de andares estrafalarios y es inseparable de su vestimenta formada por sombrero, pipa, gabardina y pantalones entallados por los tobillos. Su gran diferencia con los clásicos es de personalidad. No se trata de un vagabundo que busca sobrevivir en circunstancias adversas o de un pícaro que para salirse con la suya no duda en poner en peligro su integridad física. Hulot es un hombre discreto de mediana edad, carácter afable e inocentón y de espíritu próximo a la infancia. Sus enredos se producen como consecuencia de su torpeza, no de sus actos interesados.


Cartelería internacional de Las vacaciones del señor Hulot.


Hay que mencionar que antes de interesarse por la cinematografía, Tati había sido intérprete de rutinas cómicas y mimo. Y previamente a esto, había sido un deportista con potencial de profesionalización. Formarse en estas actividades le proporcionó una potencia física y un control corporal sobre los que desarrolló su expresividad en detrimento de la emoción facial, otro rasgo que le diferencia de los maestros. Los gestos de Lloyd poseen la facultad de lo hilarante, el hieratismo de Keaton puede esconder el mayor de los absurdos y el rango interpretativo de Chaplin es monumental, pero Tati hace irrelevante el rostro de Hulot y se decanta por una comunicación corporal sofisticada. La sutil comicidad y el carácter entrañable de Hulot se encuentran en gran parte en su larga figura, sus poses anguladas y sus movimientos y brincos sincopados. La planificación de las películas tiene la intención de explotar estas características. En Las vacaciones del señor Hulot priman los planos generales, de modo que no se pierda no sólo la vis cómica de Tati, sino también su impecable dirección. Los planos cerrados sobre ciertos detalles están marcados por necesidad de la narración. Si además tenemos en cuenta que el objetivo de la cámara permanece rigurosamente estático, cualquiera podría pensar que se trata de un cine cercano al modo de representación primitivo (es decir, el cine silente pionero). Pero nada más lejos de la realidad.

El argumento es un mero vehículo para los gags. La estructura clásica de “introducción – nudo – desenlace” permanece anecdótica en estos filmes. Tati despliega su bestial capacidad narrativa en la escritura situacional, incluya gag o no. Pero también hay que hacer hincapié en la puesta en escena de Tati. Allá donde enfoca la cámara, nace la vida. No se trata de que en cuadro haya acción simple o de que los extras se muevan por el idílico escenario costero. Al realizador le apasionan los planos secuencia rodados para la película, que garantizan la continuidad espacio-temporal que tan cercana es a la visión humana. Tati quiere que podamos entender hasta al último de los figurantes, desde el dominguero que se tuesta bajo el sol tumbado en la arena de la playa, como el que juega a las cartas en la cafetería del hotel. Más allá de la cuestión técnica del movimiento y el espacio ante la cámara, esta sensación de vida se fundamenta sobre todo en la democratización del gag que impone el realizador. El señor Hulot sirve como epicentro de la película, pero la comicidad es coral. Muchos gags son protagonizados por personajes secundarios, lo que fija esta sensación de vida. A veces, Tati recurre a lo que queda invisible al espectador, ya sea rematando gags fuera de campo o con visiones de carácter poético —una constante en su obra— como cuando, después de un estruendo nocturno, un plano del exterior de la casa de la playa nos muestra las luces del edificio encendiéndose paulatinamente, indicando que el jaleo ha despertado a los inquilinos de las habitaciones.


La inconfundible postura del señor Hulot (Jacques Tati).


Rotundamente moderna es la producción de la banda sonora (entendida como el compendio de sonidos que acaba registrado en la cinta del film, no sólo las canciones que suenan durante el mismo). Tati utiliza los efectos de sonido como elemento narrativo independiente de los motivos visuales. Los créditos iniciales consisten en un tema musical —que será el leitmotiv de la película— que suena sobre la imagen de la orilla de la playa. Cuando una ola rompe, la canción se interrumpe totalmente y da paso al sonido que la ola produce. El cineasta pone gran empeño en cuestiones en teoría menores como el sonido de una puerta al abrirse. Pero es que en la obra de Tati, los detalles se deben disfrutar tanto como el conjunto de una obra. Por el contrario, reduce los diálogos a la categoría de mero efecto sonoro. Entre los personajes sólo ocurren conversaciones anecdóticas que ponen en evidencia lo insulso y despreocupado de la charlas entre veraneantes.

Lo sonoro no debe analizarse a la ligera, pues abre diferencias estilísticas entre Tati y los demás maestros. Si calificamos al cine silente como tal es porque no tiene banda sonora, pero no se puede decir que sea “mudo” —calificativo generalmente aceptado—. Es decir, los personajes “hablan” en el sentido estricto de la comunicación verbal, en ningún caso son “mudos”. Tati, con el desarrollo tecnológico a su favor, retoma la tradición física de la comedia de la era silente, pero sus personajes hablan entre muy poco o nada, y sólo cuando al realizador no le queda más remedio que obligarles a hablar. Es por eso que podemos decir que el cine de Tati es más “mudo” que silente. Al menos, a causa del detallismo sonoro, dista muchísimo de poder calificarse de comedia silente. En cualquier caso, sus largometrajes destilan una búsqueda de pureza audiovisual. La producción de Las vacaciones del señor Hulot se afana para que todo el lenguaje proceda de la imagen y el sonido, utilizando la palabra en sí misma como un recurso cuando no queda más remedio, en lugar de ser causa o consecuencia de la narración.


El carro de los helados, una de las obsesiones infantiloides del protagonista.


Con estas armas Tati retrata el universo de la pequeñita localidad vacacional en la que irrumpe el señor Hulot. Un personaje con unas actitudes y deseos diferenciados del resto de veraneantes hasta tal punto que se origina un choque entre protagonista y demás caracteres. Tati deja que nuestra primera impresión de Hulot sea la de un tarado en un mundo de cuerdos, pero conforme se desarrolla la película la premisa se difumina. La excentricidad de Hulot es innegable, pero es sobre otros personajes sobre los que el director dispara a dar. Son los que no saben gozar de sus vacaciones por estar sujetos a las apariencias, por ser presos de sus negocios —un hombre recibe llamadas constantes de sus negocios que le imposibilitan disfrutar del ocio— o porque son incapaces de ver la vida fuera de su perspectiva ideológica —hay un joven comunista que sermonea a todo al que se le acerca—. Hulot, con sus actos espontáneos y, por qué no decirlo, infantiloides, se enfrenta inocentemente al materialismo que impide a las personas vivir sus propias vidas.

Por encima de todo, Las vacaciones del señor Hulot reivindica la alegría de vivir, casi como una rebeldía ante las ataduras de la vida moderna. En una escena en la que el protagonista acaba por accidente en un entierro celebrándose en un cementerio, Tati se atreve con un humor negro muy fino. Una rueda de automóvil se convierte por accidente en una corona de flores, y cuando se desinfla, se remata la hilaridad. La saga Hulot es una loa a la sencillez de la vida, una invitación disfrutar de cada momento y de cada pequeño detalle. Especialmente, si en la memoria reciente habita la pesadilla de una gran guerra. Tati festeja la posibilidad de regocijarse en las olas de la playa, en el grave sonido de una puerta al abrirse, en una partida de tenis, una canción o un baile de disfraces. No es casualidad que los personajes mejor tratados por el realizador sean los niños, los seres más capaces de sintetizar este sentimiento. Son retratados en otras de sus obras como Día de fiesta (Jour de fête, 1949) o Mi tío como seres inocentes y felices en la simplicidad, características que comparten con el señor Hulot. Cuando aparece un niño ante el objetivo de la cámara de Tati, la escena se inunda de espontaneidad y de esa alegría que tanto se demanda. En cierta manera, ocurre porque el propio realizador muestra añorar esa inocencia, no sólo en lo personal sino también en las formas cinematográficas. Jacques Tati, como los pintores vanguardistas pioneros, fue un profundo conocedor de la tradición de su arte, el de la comedia. Como Gaughin o Cézanne, fue hacia atrás para evolucionar, intentando reducir la expresión del medio a los elementos básicos: la imagen y el sonido. El resultado es una trayectoria cinematográfica que explota los conocimientos en beneficio de una pureza comunicativa, dando así obras que pavimentaron el camino para la venidera modernidad del séptimo arte, cómico o no.



Antonio Ruzafa



Vídeo introductorio a Las vacaciones del señor Hulot
por Antonio Ruzafa.